La mayor parte de la gente es llevada a la vida política por una mezcla de idealismo y vanidad. En el momento debido se encuentran con que para lograr sus ideales deben comprometerlos. Añaden engaño, astucia, hipocresía a su causa. El fin, tranquilizan ellos a su conciencia, justifica los medios. En el peor de los casos, los medios llegan a confundirse con el fin. La vanidad engulle el idealismo y el político acaba amando más al poder que a su país, su gente o su causa.
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